Llevo mucho tiempo queriendo escribir este pequeño texto para recordar lo que fueron para mí aquellos viejos tiempos de gimnasta, o lo que es lo mismo, aquellos años a la vera de Fillo y todas las entrenadoras que siempre lo han acompañado en la difícil tarea de enseñar gimnasia artística. Y os cuento por qué: habréis leído testimonios de muchas gimnastas increíbles, chicas que fueron niñas en el equipo nacional y que en su día hicieron historia en un deporte poco visible para las masas pero que tiene una afición totalmente entregada.
Pues bien, yo no estuve en más competiciones internacionales que un amistoso en el que además me lesioné muy oportunamente…sí competía en los campeonatos nacionales pero mis resultados eran, como decirlo, muy muy mediocres, ja,ja. Confieso sin pizca de vergüenza que fui una gimnasta del montón. Pero feliz, y mucho, tanto como para que esa felicidad compensara el miedo atroz que tenía a la barra sobre todo y a lanzarme a hacer cualquier elemento nuevo que me pareciera arriesgado.
Y con todo esto, pienso en lo que Fillo aportó a mi vida, y llego a la siguiente conclusión: deportivamente no hubo mucho que hacer, a pesar de que recuerdo perfectamente cómo me animaba diciendo que “algún día sería la mejor barrista de España”. No es que me lo creyera, pero teniendo como tenía un gran grupo de promesas de verdad, no le faltaban palabras de aliento para el resto. Recuerdo también como alababa mi (supuesta) elegancia en las coreografías de suelo, o esas sesiones de preparación física donde a pesar de estar a muchos metros de distancia corrigiendo a otra compañera, le escuchaba cómo le gustaban mis series de abdominales. Todos esos años supe que no sería una gran gimnasta, pero también que era buena en otras muchas cosas. Gracias a mi familia, y gracias a mis entrenadores.
Y dejando de lado la vida deportiva, mis recuerdos con Fillo son en el mismo sentido: fue para mí y creo que para todas un ejemplo de clase y de educación, de prudencia, discreción y saber estar. Cuando estando en las concentraciones de verano íbamos a comer todos juntos y con apenas 14 años las mayores nos comportábamos de una manera impecable en la mesa. O de generosidad cuando un verano estando con mi familia en la provincia de Pontevedra donde tenemos familia nos invitó a pasar un día en Cangas con él. Fue un día estupendo y me dejó alguna enseñanza sobre el vino. Teórica eso sí.
Para terminar, una anécdota que si lee esto después de tantos años le va a hacer reír: en una de las concentraciones de verano, estando todos en la piscina de broma uno de los primeros días, me pilló descuidada y quiso tirarme al agua. Yo entonces tenía pánico y no osaba salir de la zona donde hacía pie. Pero no lo sabía casi nadie porque me moría de la vergüenza. Me tenía en brazos y esa prudencia suya le hizo preguntarme si sabía nadar. Yo, orgullosa y decidida, le respondí que claro, y…¡al agua! ¿qué pasó? Pasó que salí como si nada, y creo que nadie se dio cuenta de nada. Simplemente me tragué el miedo y lo hice. Y más de 25 años después la enseñanza de que puedo todo lo que me proponga me ha servido para salir adelante en la peor crisis de mi vida.
FIllo me animó a hacer los cursos de entrenadora cuando dejé de entrenar, y yo no quise porque quería estudiar. Me concentré en ello y el resto del tiempo la vida me ha mantenido apartada de aquel mundo en el que viví toda mi infancia y adolescencia. Pero curiosamente cuando ha hecho falta su huella se ha refrescado para dejarme claro lo que Fillo nos transmitió cada día: elegancia, educación, voluntad y decisión.
Gracias.